sábado, 21 de noviembre de 2009

Ejemplos de críticas



Cine: Esta semana comentamos “Papá por un día” y “Miedo al amanecer”.

Una historia de amor sin garra
Calificación: Regular

Carlos Schilling cschilling@lavozdelinterior.com.ar

Con ritmo y concepto de telefilme, Papá por un día (2009) de Raúl Rodríguez Peila, pone en pantalla a figuras conocidas por el gran público y no invierte en nada más.

Si todavía el cine argentino levanta la bandera del autor, aun en medio de grandes dificultades para llevar adelante los proyectos audiovisuales, la película protagonizada por Cabré, Lopilato y Accardi remite directamente al productor. Carlos Mentasti ( Manuelita, Papá se volvió loco, Bañeros III, Los superagentes, nueva generación, entre otras) pone su sello en la película que acumula clichés visuales y del relato.

Federico (Nicolás Cabré) entrena un equipo de hockey que aspira a ser como Las Leonas, en un club exclusivo. Está de novio con Cecilia (Gimena Accardi), la hija del presidente del club (Boy Olmi) y tiene el futuro arreglado. Hasta que su padre moribundo, que lo abandonó 20 años atrás (Gustavo Garzón), le delega la misión de criar y cuidar a su hermanita Tini (mascota incluida). En el nuevo escenario de su vida, un pueblo de la costa bonaerense, conoce a Julieta (Luisana Lopilato) la capitana de hockey del equipo que entrenaba su padre. Además de las obviedades que apenas puede sortear Nicolás Cabré con su buen desempeño actoral, todo conduce a los tics de caras y poses.

La agitación del muchacho tironeado por la novia y la chica que lo flechó, se suma a los mohínes de ellas, marcadas a fuego por su origen. La maqueta no permite un matiz. La novia es rica, insufrible, controladora y tonta; Julieta, lo contrario, término a término. El problema es que ni los actores creen en sus personajes. Quedan bien parados los que acompañan al trío (Miguel Ángel Rodríguez, Patricia Sosa, Gogó Andreu) y da que pensar la niña, típica criatura de la televisión argentina, que se mueve, habla y filosofa como adulta.

El guión que firma Jorge Maestro se ve demodé con respecto a la experiencia de los más chicos frente a una historia de estas características. La copia de la idea de desafío, tan usual en las series y películas americanas para la familia, aparece aquí aun más lavada y ñoña, sobre el fondo sonoro de las canciones en inglés. Papá por un día sólo deja fotografías bellas del Balneario Orense, en medio del videoclip de las chicas que se juegan las piernas en la película.
http://www.cordoba.net/nota.asp?nota_id=540530


Venerable terror
Calificación: Buena

Carlos Schilling cschilling@lavozdelinterior.com.ar

Los muertos que no descansan en paz constituyen un tema mucho más antiguo que el género del terror, tanto en su versión literaria como cinematográfica. Pero es una materia dramática que sigue funcionado, incluso en un formato tan explotado y bastardeado como las películas de gritos para adolescentes. Varios segmentos de Miedo al amanecer son un prueba de esa venerable eficacia que se remonta a las tragedias griegas.

Aquí aparece combinado con otro tema no menos clásico: la gemelidad, base de tantos mitos y leyendas que han perdurado hasta el presente en múltiples variantes. Puede haber algo de ingenuidad en aplicar un cálculo de regla de tres simple a una cuestión dramática y suponer que sumar almas en pena y gemelos va a dar como resultado un plus de inquietud. No obstante, en algunos pasajes, ese estremecimiento que provoca el contacto con lo sobrenatural es transmitido casi de manera física desde la pantalla.

Daniel Myrick fue uno de los socios de una de los mejores especímenes del género de terror de la última década: El proyecto de la bruja Blair. Una película que impartía una lección sobre lo que se debía y lo que no se debía mostrar para sostener el suspenso en un punto de máxima intensidad. Y lo hacía con tan escasos elementos como una cámara de mano, tres actores amateurs y un bosque invernal.

En Miedo al amanecer, cuenta con un presupuesto mayor, pero lo desarrolla con un índice de creatividad menor. El producto final revela una adaptación excesiva a las normas dominantes de la industria. Lo que significa dosis habituales de adolescentes alterados, cañerías que regurgitan, árboles que se estremecen en la noche y varios tópicos por el estilo.

A favor de las decisiones estéticas de Myrick hay que anotarle un punto por evitar –en la medida de las posibilidades del negocio– las cantidades ingentes de sangre, los ojos que chorrean líquidos oscuros, las sorpresas brutales y todos esos detalles cardíacos al que nos tienen acostumbrados esta clase de películas.

El interés del director parece haber sido sondear en los mitos de la región de Nueva Orleans y utilizarlos para darle un sustrato más profundo a una historia tal vez demasiado esquemática. Podía ir más lejos, sin duda, pero se quedó a medio camino.

Fuente: http://www.cordoba.net/Nota.asp?nota_id=540533

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